3 Lección: Imperio Griego.

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Imperio griego

La Civilización Griega

 



Los egeos, como ya se ha visto, desarrollaron en el Mediterráneo oriental la primera gran civilización histórica europea. Los griegos, en la península helénica y en las islas y costas que antes poblaron aquéllos con sus gentes y sus obras, la segunda. Los protagonistas de esta nueva hazaña cultural no sólo heredaron de los egeos el ámbito geográfico para su vida histórica, sino también no pocos de sus muchos saberes, técnicas y obras. Pero, en este caso, los herederos así beneficiados no se limitaron a vivir de lo recibido; lo incrementaron de modo notable y alcanzaron, en todos los órdenes de la vida y el quehacer humanos, logros que sus antepasados no llegaron siquiera a vislumbrar.

En la historia de los griegos advenidos al viejo ámbito de la civilización egea, pueden distinguirse, por lo menos, cuatro períodos característicos. El primero se extendería desde los orígenes hasta fines del siglo IX a. de J. C., tiempos de formación y consolidación en el nuevo hogar conquistado. El segundo, caracterizado por un vigoroso proceso de expansión colonial, abarcaría desde fines del siglo IX a. de J. C. hasta las postrimerías del VII; el tercero, entre los años 600 y 400 a. de J. C., marca una época de plenitud en el desarrollo de las instituciones sociales, políticas y económicas helénicas, e incluso de culminación en no pocos aspectos de las creaciones artísticas y literarias.

Por último, a partir del año 400, comienza la decadencia política de Grecia; en la segunda mitad del siglo IV a. de J. C., las ciudades-Estado helénicas pierden su independencia ante el imperialismo macedónico que acaudilla Alejandro Magno, y dos centurias más tarde son absorbidas por la expansión imperial de Roma. La investigación científica y filosófica, la literatura y otros aspectos culturales helénicos no decayeron al mismo tiempo que se desquiciaban y caían las instituciones y formas políticas tradicionales.

 

 

  1. El Origen de la Civilización Griega

 

Cuando las primeras estirpes indoeuropeas de habla griega llegaron a la Hélade, hacia el último tercio del tercer milenio a. de J. C., encontraron las pequeñas llanuras fértiles del Este de la península ocupadas por agricultores de cultura neolítica que, dedicados al cultivo de la tierra y a la cría de algunas especies domésticas, sobre todo de cabras, residían allí desde el cuarto milenio a. de J. C.

Respecto al probable origen de esos pueblos, la total independencia que su patrimonio cultural manifiesta con relación al Neolítico cretense, así como la falta de yacimientos similares en las islas del mar Egeo y en las costas del Adriático, señalan que habían entrado por el Norte y que estaban, por lo tanto, vinculados a] Neolítico europeo.

Pelasgos y Carios. Las tradiciones helénicas recuerdan a los hombres neolíticos con la denominación de pelasgos, e incluso en ciertas regiones, como el Ática y la Arcadia, quizá para fundamentar un pretendido autoctonismo, se los consideraba antepasados de los griegos, atribuyéndoseles también el haber civilizado parte de Italia.

Además, la arqueología moderna ha señalado, en Tesalia meridional, la existencia de comunidades no ya neolíticas, sino eneolíticas. Se trata, sin lugar a dudas, de aquellos pueblos a los que las tradiciones helénicas denominaron carios y lélegos, llegados seguramente por vía marítima desde las costas de Asia Menor, pues su patrimonio lingüístico cultural es de claro origen anatólico.

Asimismo, un poco más al Norte, en Tesalia septentrional, se han encontrado recientemente yacimientos arqueológicos, también eneolíticos, pero pertenecientes a hombres que por múltiples aspectos de su cultura, no pueden identificarse con los pobladores eneolíticos de Tesalia meridional. Dichos yacimientos —cuya antigüedad puede datar de los comienzos del primer tercio del tercer milenio a. de J. C.— constituirían, según hoy se piensa, el testimonio de una especie de avanzada de los pueblos indoeuropeos.

Quienes construyeron esas tumbas y fabricaron tal cerámica serían, pues, los legítimos antepasados de los griegos y no aquellos a los que la tradición llamó pelasgos, carios y lélegos, pertenecientes a grupos lingüístico-culturales muy distantes del indoeuropeo.

Los Aqueos. A través de estas poblaciones, englobadas con la denominación de prehelénicas, comenzaron a abrirse paso los primeros invasores indoeuropeos históricamente identificables, los aqueos. Acabaron estableciéndose en lugares fáciles de defender, y allí construyeron sus castillos fortificados y sus tumbas reales.

Tales reductos les sirvieron, al propio tiempo, para vigilar a los pobladores de las tierras circundantes, de cuyo trabajo supieron hacer una fuente estable de recursos, sea exigiéndoles tributos en especies, o bien obligándoles a cultivar sus tierras y apacentar sus rebaños. A cambio tal vez les ofrecieran la protección de las murallas exteriores de los palacios, en caso de peligro.

El panorama de un número relativamente pequeño de indoeuropeos que vivían del trabajo de la gran población preexistente justificaría la supervivencia de instituciones, técnicas, tradiciones, cultos —especialmente agrarios—, nombres de lugares, etc., que no son indoeuropeos ni cretenses, sino prehelénicos como también explicaría, entre otros factores, el cambio físico existente entre los héroes de Hornero y los griegos históricos.

Pero ello no es suficiente para explicar el comienzo de la brillante civilización que los aqueos llegaron a poner de manifiesto hacia el año 1400 a. de J. C. en las grandes construcciones palaciegas de Micenas y Tirinto.

De Creta, con la que los aqueos se pusieron en contacto mediante varias expediciones bélicas, provinieron aportes fundamentales que integrarían el patrimonio cultural micénico, por obra de los mismos aqueos, o a través de los cientos de esclavos, artesanos, técnicos y artistas procedentes de la gran isla mediterránea.

No hay que pensar por ello que los aqueos fueron meros repetidores de lo hecho por los minoicos; por el contrario, en todos los órdenes, más o menos marcadamente, quedó impreso el sello de su vigorosa personalidad, del espíritu guerrero e individualista, tan característico de los indoeuropeos. Ello se advierte sobre todo en la estructura político-social que impusieron en sus dominios. Jamás llegaron a constituir un gran reino unificado, sino una serie de pequeños reinos o principados independientes, dirigidos por reyes que vivían rodeados por sus compañeros de armas, los secuaces, quienes constituían una especie de aristocracia de sangre. En ellos recayeron seguramente el ejercicio de la administración, y en especial las funciones militares.

Si, eventualmente, estos pequeños reinos llegaron a unirse para realizar guerras como la de Troya (hacia los siglos XIV-XIII), lo efectuaron así en esos casos porque ninguno se sentía con fuerzas para llevar a buen término una tarea vital como la de abrir el acceso a los estrechos del mar de Mármara.

Los aqueos, una vez dueños del Egeo, se transformaron lentamente, de conquistadores o piratas, en comerciantes, e incluso en industriales, pues en torno de sus palacios se comenzó a industrializar los productos agrícola-ganaderos. Así, se tejió lana, se fabricaron ánforas para envasar la miel y el vino, y, además, se multiplicaron paulatinamente los talleres de donde salían armas de bronce, joyas de oro y plata, etcétera.

Buena parte de esa riqueza fue empleada en construcciones, tanto privadas como públicas, aspecto en el que los aqueos se mostraron realmente originales. Sus tumbas de pozo, y posteriormente sus tumbas de cámara y de cúpula, demuestran que, si en materia religiosa habían adoptado parcialmente los cultos agrarios prehelénicos y ciertas divinidades cretenses, en cambio mantendrían una estricta originalidad en el culto a los muertos, como en lo que respecta a construcciones civiles, ya que estabilizaron definitivamente el megarón, del que más tarde habría de derivar la planta del templo griego.

Otro tanto ocurrió con la pintura, pues, aunque los artistas que pintaron los frescos en los palacios micénicos fueran cretenses, o discípulos fieles a la técnica de sus maestros, los aqueos les impusieron su gusto por temas en los que predominaban el valor, la fuerza y la destreza en el manejo de las armas. En dicho aspecto se pone de manifiesto el mismo espíritu que los impulsó a construir las grandes murallas ciclópeas, cuyas ruinas habrían de admirar los griegos de la época clásica.

Los Dorios. Las inscripciones micénicas confirman las medidas defensivas que entre los años 1200 y 1100 a. de J. C. se adoptaron en los reinos aqueos, algunos de los cuales organizaron un complejo sistema de guarniciones y vigilancia, basado en los secuaces del príncipe, a disposición de los cuales se hallaban los carros de guerra.

Pero todas estas precauciones y la desesperada resistencia atestiguada por las murallas arrasadas y los edificios destruidos por el incendio que siguió al saqueo, fueron inútiles ante la inexorable presión de nuevos invasores, también indoeuropeos, pero provistos de armas de hierro: los dorios. Éstos se fueron abriendo un camino de destrucción y muerte a través de la Argólida, Laconia y Mesenia, pasando luego a Creta, Rodas, Cos y Cnido, mientras que, posteriormente, otros grupos se instalaron en Locrida, Fócida, Etolia y Acarnania.

Aquellos aqueos que no sucumbieron en defensa de sus reinos o que no lograron resistir en regiones de fácil defensa, emigraron a las costas de Asia Menor, donde fueron muy bien recibidos, e iniciaron allí el proceso de engrandecimiento de una de las regiones más fecundas, desde el punto de vista cultural, del mundo griego: Jonia.

 

2.    LAS CIRCUNSTANCIAS DE GRECIA DURANTE EL IMPERIO: SU REFLEJO CULTURAL


Cuando preparaba mi habilitación de titular desarrollé con gran ilusión este tema, concebido desde un enfoque integrador. Pero el juicio que formamos de nuestras empresas no coincide siempre con el juicio de los demás, y de hecho este es el post del blog que ha recibido menos visitas: 21 desde el 18 de diciembre de 2008.

 

El tema que se trata aquí es realmente importante. Por ello he decidido reformar aquella entrada, seguro que muy primeriza, y ofrecer esta nueva versión. Ojalá esté más acorde con lo que esperan los lectores de El festín de Homero.

 

 

 

La transformación del mundo griego, tal y como éste había sido entendido hasta época de Alejandro, se acentúa aún más a partir del momento en que el Oriente helénico pierde toda su autonomía frente al poder de Roma:

Las fechas del 30 a. C., anexión de Egipto por Roma, o del 27, cuando Grecia se convierte en la provincia senatorial de Acaya, son significativas.

A su vez, en Roma había sido sustituido el sistema republicano por nuevas estructuras monárquicas en torno al cambio de eras.


Las transformaciones políticas, económicas y sociales, se dejaron notar consecuentemente en la literatura de estos cinco largos siglos de historia que etiquetaremos como “período imperial”.

En esta entrada me detendré en tres cuestiones generales que han de situarnos a todos ante las coordenadas de este momento:

    1. La historia de Grecia durante el Imperio (coordenadas históricas).
    1. Las características de la cultura griega en el nuevo período (coordenadas culturales).
    1. Los rasgos generales de la Literatura Griega en época imperial (coordenadas literarias).



3. LA HISTORIA DE GRECIA DURANTE EL IMPERIO

 

Las fases que pueden fijarse para la historia de Grecia durante el Imperio coinciden, por motivos obvios, con las fases reconocibles para la propia historia de Roma. Y la historia antigua estableció tradicionalmente, para lo que nosotros llamamos “Imperio Romano”, una división en dos sub períodos: Principado y Dominado.

    • En el Principado, durante más de doscientos años, se mantendrá la ficción de que el emperador no es más que un princeps, un primus inter pares.
    • Con el Dominado, a partir del año 284 (Diocleciano), desaparece tal ficción; a partir de aquí se entiende también que se abre la Antigüedad Tardía.

La Pax Romana y las ciudades griegas: Comenzamos esta exposición sobre la historia de Grecia bajo el Imperio de Roma recordando que, al comienzo del Principado, la Pax Romana ofreció a Grecia un período de estabilidad, necesario para recuperarse de su situación crisis.


Nótese que, como resultado de las guerras civiles romanas (S. I a. C.),

    • se había producido una notable disminución de la riqueza en las ciudades griegas del Continente;
    • este hecho venía además precedido y acompañado por una disminución de la población desde el S. III a. C.

De hecho, en el cambio de eras había territorios de Grecia totalmente despoblados.


En el nuevo período, el Imperio se estableció en Oriente a través de las ciudades:

    • los romanos van estableciéndolas por todas partes y dotándolas de grandes responsabilidades;
    • gracias a ellas, el Estado consigue hacerse presente en todo el territorio.

Ha de pensarse además que, pese a lo que tantas veces se ha dicho sobre el supuesto complejo de superioridad de los griegos frente a los romanos, muchos ciudadanos de Oriente coadyuvaron en el establecimiento de las estructuras imperiales.


Ha de hacerse notar que, como norma, un miembro de la clase alta en el Oriente griego (o helenizado) se sentía parte de tres realidades distintas y armónicas, que no entraban en contradicción:

    • el Imperio romano,
    • su ciudad o provincia
    • y la cultura (paideía) griega.

De hecho, la cultura (la paideía griega) fue un elemento de cohesión que mantuvo intacta su importancia en el Imperio (romano) y que vino incluso a sustituir entre las clases altas de Oriente el papel de otros méritos públicos, como los de la milicia.

Así lo comprobamos, de manera eminente, en el caso de los autores de la Segunda Sofística.



El Estado romano en la Antigüedad tardía:

 

A finales del S. III, en época de Diocleciano (284 – 305), el Imperio empezó a superar la situación de inestabilidad de que adolecía desde el final de la dinastía de los Severos (Alejandro Severo muere en 235).

Gracias a las nuevas medidas políticas adoptadas por Diocleciano y Constantino pudo sobrevivir al menos la parte oriental del Imperio hasta el S. XV.


Estas medidas consistieron básicamente en la adopción de una estructura centralista en la que el Emperador (ya no puede hablarse del “Príncipe”, ni como eufemismo) representaba el vértice de la pirámide política y social.

En las tareas de gobierno, el Emperador era asistido por un Consistorium, término significativo de la nueva realidad política por oposición a consilium (principis).

Paralelamente se advierte el intento de crear una “religión del estado” a partir de las antiguas tradiciones. Parte de esta política religiosa consiste en la supresión de aquello que pudiera considerarse como ataque a la religión pagana: de ahí que Diocleciano reactivara las persecuciones contra los cristianos.

Lo paradójico es que, en el S. IV, quien desempañará el papel de “religión del estado” será el Cristianismo, perseguido hasta poco antes. Los primeros intentos de prohibir los cultos paganos se produjeron en el 354, si bien la prohibición de los mismos no llegó hasta el 391 / 392 con Teodosio. Entre medias de este proceso, Juliano (331 – 363) quiso revitalizar las tradiciones antiguas, pero su intentona se quedó en un mero episodio.

Más aún, en este período de la llamada “Antigüedad Tardía” se produjeron cambios importantes en la estructura social:

    • en el campo disminuyó el número de campesinos libres, que vinieron a convertirse en “colonos” (que arrendaban la tierra a un amo);
    • las ciudades perdieron también libertad frente al estado, que llegó a controlar y restringir por ley aspectos como los cambios de empleo (estrictamente prohibido, p. ej., para los panaderos);
    • se produjo también el deterioro de las clases altas, depauperadas pero obligadas a seguir apoyando económicamente a la ciudad y al estado; de esta manera, los individuos que integraban la clase de los llamados “decuriones” se convirtieron en “honoratiores sin honor” (cfr. Martin 1995).

 

Además, la situación se agravó por el papel de los senadores que integraban el senado imperial sin necesidad de residir en Roma o Bizancio. Grandes latifundistas, residían en sus propiedades del campo como “eminencias grises” que cortocircuitaban el estado y tomaban en su nombre todas las decisiones, dejando sin función a las elites de las ciudades.

Ha de observarse que presentar la Antigüedad Tardía como una época de puro declive es, muy posiblemente, una simplificación:

    • el S. IV es el momento en que se funda una nueva capital del Imperio en Oriente;
    • la polémica entre paganos y cristianos se tradujo en una producción literaria importante;
    • el S. IV no renunció a las señas de identidad del sistema educativo propio de los primeros siglos del Imperio.



4. LAS CARACTERÍSTICAS DE LA CULTURA GRIEGA EN EL NUEVO PERÍODO

 

 


Que el centro de la vida política se desplazara decididamente hacia Occidente no implicó en absoluto un abandono de los rasgos definitorios de la cultura griega tradicional. La situación fue, de hecho, bien diferente.

    • Por una parte, la actitud filohelénica de emperadores como Adriano o los Antoninos ayudó de manera decidida a evitar el declive cultural de Grecia.
    • Aunque también se ha de reconocer que, en ocasiones, nos hallamos ante un filohelenismo interesado o, lo que es lo mismo, una instrumentalización de la cultura por la política.
    • Por otro lado, lo cierto es que durante siglos, durante el dominio de Grecia por Roma y después, se siguió transmitiendo la paideía clásica – aunque, eso sí, con ciertas características peculiares.


Parece que estamos obligados a hablar del sistema de educación en la Grecia imperial y de cómo ese sistema garantizó la pervivencia de la cultura griega tradicional – y de cómo pudo mediatizar también la producción literaria del período.

 

Alguna referencia fundamental sobre la educación antigua:

En época imperial, la escuela griega estaba estructurada en tres niveles:

    1. el de la escuela elemental;
    1. el de la escuela de gramática (nivel intermedio: el gymnásion);
    1. y el que aquí más nos interesa, el de la “escuela superior”.

En esta “escuela superior”, el joven se convertía en alumno de un rhétor o sophistés que le instruía de manera sistemática en el arte de la oratoria.

Nótese que ya en la escuela de gramática los alumnos habían debido de iniciarse en la retórica. Para ello contaban con los Progymnásmata y con una serie reglada de ejercicios preparatorios, que comenzaban, p. ej., con la prosificación de una fábula en verso.

Las escuelas superiores en que se trabajaba sobre retórica atendían a tres materias (podríamos decir, el trivium retórico):

    • Teoría sobre retórica: la teoría recogida en las téchnai rhetorikaí, en las que se trabajaba sobre las cinco partes de la retórica – en latín, inuentio, dispositio, elocutio, memoria, pronuntiatio.
    • Estudio de textos que servían como modelo: el esfuerzo se concentraba en los oradores áticos – lo cual, a su vez, retroalimentaba la importancia indiscutible de ese canon.
    • Ejercicio práctico: consistía en la elaboración de discursos ficticios para diversas circunstancias – éstos son las melétai o declamationes, de las que conservamos un amplio corpus.

En relación con las declamationes ha de hacerse observar un hecho que a nosotros nos puede parecer llamativo: sus temas se concentran siempre en la época clásica, como si la historia de Grecia se hubiese acabado con el advenimiento de Alejandro.

A la vista de este panorama educativo se entiende que, en el Oriente del Imperio, se pudiesen mantener unos mínimos culturales y educativos altos aunque quizá no igualmente productivos. El autor que se había formado en este modelo clásico

    • estaba formado fundamentalmente en aspectos retóricos;
    • seguía contando como únicos referentes culturales vivos los grandes modelos de época clásica.

A partir de esta base pueden explicarse muchos rasgos de la literatura griega del Imperio.


5. RASGOS GENERALES DE LA LITERATURA GRIEGA EN ÉPOCA IMPERIAL

Como rasgos principales de la Literatura Griega de época imperial creo que han de destacarse los siguientes:

    • la fosilización lingüística,
    • el predominio de la prosa y la retórica,
    • el estancamiento de las formas poéticas
    • y la regresión reiterada a los referentes literarios del pasado.

En otro orden de cosas debe considerarse también como característica de la literatura imperial la irrupción paulatina de una nueva temática, de oposición o apoyo al Cristianismo. Pero

    • De quienes se oponen o apoyan al Cristianismo en sus obras literarias hablaremos a medida que surja este tema en entradas sucesivas.
    • Aquí y ahora nos centraremos en las tres últimas características de la literatura griega imperial que se acaban de citar: lo que se refiere a la fosilización lingüística lo comento en la entrada 46. Escritos sobre retórica.

A. El predominio de la prosa y la retórica:



El período imperial es una época marcada por el predominio de la prosa: el papel preponderante que les corresponde a los géneros poéticos en el Helenismo lo ocupan ahora los géneros en prosa. Por ello, los autores más relevantes de este momento son prosistas; cfr. algunos nombres significativos, ordenados por género:

    • Plutarco
    • Dión de Prusa
    • Luciano
    • Libanio
    • Juliano
    • Dión Casio
    • Pausanias
    • Plotino
    • Caritón
    • Jenofonte
    • Aquiles Tacio
    • Longo
    • Heliodoro...

Estos cinco últimos son además los representantes con obra transmitida de un nuevo género en prosa que surge en este momento: la novela, género de evasión para intelectuales, según el planteamiento que hace Luciano al principio de sus Relatos verídicos.

Pero de los géneros en prosa cultivados en la época el más característico es el de la retórica:

    • En este período se escriben tratados sobre el tema, como los de Demetrio o Dionisio de Halicarnaso; a la misma categoría pertenece, en buena medida, el de “Longino”.
    • Pero hablar de retórica en el período imperial es hablar, sobre todo, de la corriente llamada “Segunda Sofística”:

Los rétores del momento (Dión de Prusa, Elio Aristides, Luciano…) son los nuevos “sofistas”, de acuerdo con el término aplicado a ellos por Filóstrato (en su Vida de los sofistas).
Desempeñaron un papel importante en la vida pública del Imperio pues se convirtieron en consejeros de emperadores y auténticas estrellas populares (“mediáticas”) gracias a sus declamaciones públicas.

Sobre la Segunda Sofística, mira las entradas 48. La Segunda Sofística: de Dión de Prusa a Filóstrato, 49. Luciano, 50. Segunda Sofística y epistolografía. La Segunda Sofística en el período tardío.

    • Por otra parte, ha de valorarse que el retoricismo imperante dejó su huella en los restantes géneros en prosa, según se aprecia p. ej., en el caso de la novela, en Longo, bautizado como “Sofista”.
    • Más aún, el retoricismo se extendió también a los géneros poéticos, según ha indicado la crítica para las obras de los dos Opianos: las Haliéuticas y las Cinegéticas (mira 45. Poesía de época imperial).

 

 

 

 

B. El estancamiento de las formas poéticas:



En cambio, la poesía recibió un cultivo sensiblemente menor, sobre todo por comparación con la situación del Helenismo.

Es sintomático que en la obra colectiva de Literatura Griega coordinada por López Férez se dediquen 200 pp. a la literatura imperial y sólo 12 a la poesía.

Posiblemente, ningún poeta de la época será conocido por el público culto, salvo Museo – aunque el “público culto ideal” estará seguramente más familiarizado con la “fábula de Hero y Leandro” que con el propio Museo.


Se ha de hacer observar, además, que en la época no se crearon géneros poéticos nuevos, salvo que queramos considerar como tal el epigrama escóptico de Lucilio, epigrama satírico de invectiva y burla:

    • Conservamos unos 110 poemas del autor en la Antología Palatina.
    • Significativamente, estos epigramas de Lucilio han debido de ejercer un gran influjo sobre Marcial.

Un buen indicio de que los años del Imperio fueron malos tiempos para la poesía lo constituye el hecho de que algunos géneros como el encomio y el himno pasaron de la forma poética a la forma en prosa. En efecto, la Literatura Griega nos ha transmitido diversos “himnos en prosa”, posibilidad desarrollada también al amparo de la Retórica.

    • La bibliografía relativa al himno ha destacado que este himno en prosa es respetuoso con las características del género, p. ej. en relación con la estructura trimembre:

Invocación – sección media – conclusión (precatio)

c. La regresión reiterada a los referentes literarios del pasado:


La fosilización lingüística de que hablábamos al principio de este punto vino acompañada por el anquilosamiento en los temas y modos de expresión. Cierta impresión general que puede producir la literatura imperial, especialmente la poesía, es la de que

    • sus cultivadores prefirieron regresar una vez y otra a los referentes del pasado
    • en lugar de intentar animar su evocación y lograr resultados nuevos combinando tradición e innovación.

Un ejemplo clásico del “uso pobre” que se hizo de la tradición lo vemos en el caso de las Anacreónticas, composiciones de época imperial destinadas, según parece, al contexto del simposio y escritas imitando el estilo de Anacreonte.


Debo advertir de que

    • lo más atractivo de la literatura de la Grecia antigua no se halla, parece, en los dos últimos siglos antes de Cristo o en los primeros de la era cristiana;
    • pero, aun así, es enorme el interés cultural de lo que se escribió en aquel período.

Lo anterior puede servir como consuelo científico aunque quizá no alcance a despertar en el “público culto ideal” un interés notable por la obra de los autores imperiales.

Con todo, quiero terminar recordando que, en ocasiones, la literatura imperial puede depararnos sorpresas, también dentro del género de la épica. Lo cierto es que en la tradición ha tenido una importancia notable el más breve de los poemas épicos del momento, Hero y Leandro:

    • El tema del Hero y Leandro lo reelabora, en época bizantina, Nicetas Eugeniano.
    • Y, en época moderna y contemporánea, Marlowe, Góngora, Lope de Vega, Hölderlin...: son sólo algunos ejemplos.

Más aún, la sombra de la denostada literatura imperial puede ser tan alargada como para que alcance hasta el siglo XX, según muestra mi último ejemplo:

Milorad Pavic (1929-), novelista serbio, autor de La cara interna del viento o de la obra que aquí nos interesa: La novela de Hero y Leandro (1991).

Para los eventuales interesados: se publicó en Madrid, Espasa-Calpe, 1993.

 

 

 

 

 

 

Una característica fundamental del imperio Griego es: